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La vida y otros cuentos

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En estos días en los que la crispación política ha cogido una temperatura muy elevada en Madrid, donde acaba de terminar una campaña electoral absolutamente bronca y reñida, una campaña de bloques en la que se ha hablado mucho de democracia, sí, pero también de fascismo y en la que no han faltado amenazas en forma de cartas con balas dentro, me ha venido a la memoria el relato que hice sobre una parte de la historia de mi familia paterna, una familia separada y marcada por una guerra civil y una dictadura, que hicieron que dos hermanos nos pudieran compartir sus vidas y sus descendientes tampoco. Unos nos quedamos aquí y otros se exiliaron a Francia. Y he creído oportuno publicarlo, en estos momentos, aquí, en mi blog.


LA FAMILIA DE FRANCIA

«Je vous parle d’un temps que les moins de vingt ans ne peuvent pas connaître…» preciosa canción de Charles Aznavour con la que empiezo mi relato sobre una parte de la historia de mi familia en la que el pasado tuvo una importancia vital para el presente que tengo.

No podía imaginar que la mañana del 29 de septiembre de 2018, al abrir un correo, nuevamente el pasado de mi familia paterna entrase en mi vida. De repente, los recuerdos se me agolpan en la memoria y el pasado cobra vida dentro de mí. Percibo el sentimiento con que mi padre, en los últimos años de la dictadura, me contaba lo que vivió durante la Guerra civil española. Porque de eso trata mi relato. De una familia separada a causa de la Guerra Civil Española.

Durante mi infancia, no recuerdo que en mi casa se hablase de la Guerra Civil.  Reinaba un silencio que nadie osaba saltarse. Dos veces al mes, llegaba puntualmente el cartero con una carta que, por el matasellos, sabía que era extranjera. A veces, el sobre venía con los bordes azules y rojos y ponía «par avion»  y a mi padre se le iluminaban los ojos cuando abría esas cartas. En esos momentos, me decía: «Es de la familia de Francia» y así fui sabiendo que tenía una familia en Francia, comenzando a imaginar cómo sería el día en que nos pudiéramos conocer. Francia, desde ese momento, empezaba a cobrar importancia en mi vida.

Con el tiempo, y según iba creciendo, fui cogiendo retazos de conversaciones confidenciales que mantenían los mayores en las largas sobremesas que se hacían en mi casa y comencé a entender el sufrimiento que hubo en mi familia paterna a causa de la Guerra Civil.

Mi padre era adicto a la lectura. Le gustaban, sobre todo, los libros de historia. La primera vez que empezó a hablar abiertamente de la Guerra Civil fue cuando llegó a sus manos un libro sobre el campo de concentración de Mauthausen. En él figuraba el nombre de su hermano asesinado en Gusen el 14 de noviembre de 1941. Gusen era un campo aledaño a Mauthausen donde los nazis llevaban a los prisioneros a morir. Mi padre se enteró de esa terrible manera que su hermano estaba muerto, ya que, hasta ese momento, le daba por desaparecido, albergando dentro de sí la esperanza de volver a encontrarlo algún día. Aún recuerdo, emocionada, como llamó a mi madre, con un hilo de voz, dándole la fatal noticia.

Mi familia paterna era una familia humilde de un pueblo de Extremadura.  Mis abuelos tuvieron tres hijos, dos hombres y una mujer. Mi padre era el pequeño de los tres y su hermano, el mayor. Ellos cuidaban el ganado y trabajaban el campo por el día, pero cuando llegaba la noche, a los dos hermanos les gustaba ir a la clase nocturna que daba el maestro del pueblo para aprender a leer, a escribir, y a hacer «cuentas». Mi padre, durante toda su vida, tuvo un espíritu de superación ejemplar.

Tanto mi padre como mi tío eran jóvenes con fuertes ideales y con un gran sentido de la justicia social. Fundaron con otros vecinos la «Casa del Pueblo» y allí comenzaron a formarse en el socialismo. Eso tuvo sus consecuencias cuando tiempo después llegó la Guerra. Mi padre, con rabia contenida, me contaba como varios guardias civiles le sacaron de su casa y con una pistola en la sien le obligaron a tomarse una botella de aceite de ricino. Por «rojo». Pero la dignidad pudo más que el miedo y la purga no hizo su efecto.

Mi padre tenía veintiún años cuando estalló la Guerra Civil. Fue reclutado para el servicio militar por el ejército franquista, mientras que su hermano, con treinta años, era militar del ejército republicano, luchando en el bando contrario. A partir de ahí, en la casa familiar todo cambió, llevándose la pena a su madre, mi abuela, en mitad de la guerra, viendo como su vida se desmoronaba.

Recuerdo a mi padre, con voz entrecortada, contándome su llegada al pueblo unos meses más tarde, con motivo de un permiso, encontrándose con la noticia de la muerte de su madre. Allí quedó su padre, mi abuelo, con su hija, mi tía, y la mujer de su hermano con dos niños muy pequeños que nunca llegarían a conocer a su padre, al igual que mi padre tampoco volvería a ver a su hermano. Supo que pasó la frontera con Francia a finales de la guerra y según contaba, con orgullo, tenía la graduación de coronel. Una familia separada y destrozada por una Guerra maldita.

Mi tío formó parte del más de medio millón de hombres, mujeres y niños que, a finales de la Guerra, cruzaron la frontera camino del exilio sin saber lo que les esperaba al otro lado de los Pirineos. Campos de trabajo rodeados de alambradas, donde el hambre, el frío y toda clase de penalidades provocaron que perecieran miles de refugiados españoles. Mi tío, superviviente de ese primer campo de concentración, se alistó en las filas del ejército francés, en las «Compañías de Trabajadores Españoles«, y de ahí llegó como deportado al campo de Mauthausen.

Mi padre, una vez terminada la Guerra, regresó al pueblo. El retorno se hizo muy difícil. La casa que le vio nacer ya no era la misma. En los rostros de la familia se reflejaba la pena, la rabia, el hambre y la humillación que sufrieron por ser del bando perdedor. Mi padre hizo todo lo que estuvo en su mano, convirtiéndose en padre para sus sobrinos y en el mejor apoyo para su cuñada. Pero finalmente, sucumbieron a todas esas calamidades.  Mi padre marchó a Madrid y con él mi abuelo. Mi tía y mis primos, con la ayuda de un familiar que ya estaba en el país vecino, cruzaron la frontera. Ellos, en ese momento, no sabían que era un viaje sin retorno.

Según contaba mi padre, la llegada de mi tía con sus hijos a París fue muy dura. Idioma diferente, costumbres diferentes, pero la capacidad del ser humano para resistir ante las adversidades, es inimaginable y poco a poco se fueron adaptando a esa nueva vida.

El tiempo y la distancia se encargaron de ir espaciando las cartas hasta que, en algún momento, años después, dejó de venir el cartero para traer noticias de la familia de Francia.

Mi padre, hasta que falleció en el inicio del siglo XXI, siempre llevó en su corazón a sus sobrinos y a su cuñada y todo su silencio, preso del miedo en los años de la dictadura, lo fue dejando a un lado para contarnos su historia de lucha, sintiendo como, en lo más hondo de su corazón, seguían vivos los recuerdos a pesar de los años.

La vida, después del dolor que me produjo la muerte de mi querido padre, un hombre bueno, generoso, tolerante, que sufrió en carne propia la Guerra Civil, siguió su rumbo inexorable. Pero dentro de mí seguía viva la curiosidad por saber qué habría sido de mi familia de Francia, si estarían vivos, si estarían bien y qué recuerdos tendrían ellos de su familia española.

La Ley de Memoria Histórica aprobada en el año 2007, abrió ante mí un camino de posibilidades que comencé a explorar. Navegando por internet, encontré la página web «La Memoria Viva» donde descubrí el gran trabajo que desarrollan contra el olvido, y contra el nulo reconocimiento que han tenido en España todos los que lucharon por la libertad y la democracia.  Pero no solo fue ese el descubrimiento.

Una tarde de la primavera del año 2009, en la soledad de mi casa, delante del ordenador, mis ojos se quedaron fijos en un post de la página web de la Asociación, donde figuraba una reseña con el nombre de mi prima, la hija de mi tío, hablando de su padre desde su casa en las afueras de París. En esa entrevista que hizo con motivo del 70 aniversario del exilio español y de las indemnizaciones que daba en aquel momento el gobierno francés, hablaba de las miserias pasadas: «He pasado muchas miserias en España y en Francia, pero en Francia he podido trabajar y comer», recalcaba.«En España no sabía qué gusto tenía la carne».

Una mezcla de alegría, nerviosismo, emoción, me recorrió todo el cuerpo. Rápidamente, me vino el recuerdo de mi padre, cómo se sentiría él si estuviera a mi lado, viendo juntos la noticia. Después de esos momentos de sorpresa, fui avanzando en la noticia sin imaginarme que me encontraría con una mayor. Otra reseña donde descubrí un nombre y un apellido idénticos a los de mi tío. La emoción y el interés iban en aumento según iba descubriendo quien era la persona que escribía. Era su nieto que llevaba el mismo nombre y homenajeaba a su abuelo, escribiendo lo orgulloso que se sentía de él y de su familia.

De la emoción pasé a la zozobra y a querer saber todo lo que ponía en esas páginas. Una narración completa y detallada, en francés,  de cómo era la existencia de los deportados en el campo de concentración Mautahusen y el aledaño Gusen clasificados en grado III. Campos de exterminio donde la vida se iba por los hornos crematorios.

Rápidamente, me puse en contacto con el presidente de la Asociación para ver cómo podría localizar a mi familia. Esa noche, después de contarlo en casa, me resultó difícil poder conciliar el sueño. Al día siguiente, me puse manos a la obra, siendo clave su ayuda. Me puso en contacto con una investigadora andaluza y cofundadora de la Asociación para la Memoria Histórica. Gracias a ella y a su gran labor con todas las familias de los presos españoles que perdieron la vida en Mauthausen, pude localizarlos. No así al nieto de mi tío, que, en ese tiempo, no respondió a mi reseña en la página, ni a los correos que el presidente desde la Asociación, le escribió.

La primera vez que cogí el teléfono para hablar con mi prima, no me salía la voz cuando pregunté por ella al señor que descolgó el teléfono con un «Aló«. Momentos después escuché una voz de mujer que me llamaba «prima» en un perfecto español, con acento extremeño, y comenzó a hablarme y a contarme y a preguntarme y a decirme lo que quiso a su «tío Juanito» y el interés que siempre tuvo por él. Me sorprendió su conocimiento de la vida de mi padre y según la escuchaba hablar, con ese acento tan característico de Extremadura, parecía que la conociera de toda la vida, como si nos hubiéramos visto ayer. No recuerdo exactamente el tiempo que estuvimos hablando esa primera vez, pero desde luego fue mucho. Terminamos con el deseo de volver a hablar muy pronto. Y así, telefónicamente, fue como nuestras vidas se volvieron a encontrar y comenzamos a saber la una de la otra, poniéndome al día de toda la familia de Francia y sintiendo el cariño que, a pesar de la distancia, nunca se desvaneció.

El acontecer de la vida nos volvió a separar, y desde hacía cuatro años, no tenía noticias de la familia de Francia.

En este tiempo en el que los recuerdos se han ido desvaneciendo y el interés por mi familia paterna se ha ido suavizando, vuelvo al 29 de septiembre de 2018 fecha con la que comenzaba este relato. Al abrir el correo, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Me escribía el nieto de mi tío.

De nuevo, me invadió un sentimiento de sorpresa, emoción, nerviosismo, me escribía, en francés, preguntándome por la familia y deseando que todos estuviéramos bien.

De nuevo, la Asociación de la «Memoria Viva» ha tenido especial importancia. Al preguntarle cómo había encontrado mi dirección de correo, me dijo que fue a través de la Asociación.

Desde ese momento, mi familia de Francia está presente en mi vida. Comenzamos a intercambiar fotos, vídeos, correos y las redes sociales han hecho que estemos en permanente contacto. Me he encontrado con que tengo una gran familia. Estoy feliz de que se haya hecho por fin realidad lo que durante tantos años he deseado.

Hoy, por fin, la familia de Francia ha llegado a mi vida para quedarse definitivamente

Nota.- Cuando empecé a escribir el relato no se había publicado aún la relación de los españoles fallecidos en el campo de exterminio Mauthaussen-Gusen , víctimas del horror nazi y que, aunque tarde, por fin un gobierno ha dado el paso de reconocer a estos hombres y mujeres como españoles asesinados por el nazismo por defender la libertad y la democracia y devolverles la dignidad. En este listado figura mi tío.

BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO Núm. 190 Viernes 9 de agosto de 2019 Supl. N.   Pág. 146

«Los fascistas del futuro se llamarán así mismos antifascistas«. Winston Churchill

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Autor: marylia4

Madrileña, aficionada a escribir, socialista, cinéfila, amante de la música, cocinitas, inquieta, decidida, curiosa por la vida..... y otros cuentos.

4 pensamientos en “

  1. Avatar de sercan455

    Buen reato Mary, para tener en cuenta y no olvidar. Para que nunca más suceda. Para que tanto dolor sirva de ejemplo y enseñanza. Abrazos

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  2. Avatar de PADRE preocupado y cabreado (@mazinger62____)

    Estamos en el siglo XXI hace bastantes años, señora. Basta YA.

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    • Avatar de marylia4

      Según su opinión, señor, el pasado pasó y se acabó. Para mí, quien no conoce su historia está condenado a repetirla y desde luego, sociedades ignorantes, desconocedoras de su pasado, están condenadas a caer en lo mismo.

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