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La vida y otros cuentos

LA HERENCIA

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Estabas tan obsesionado con dejar tu herencia en perfecto orden, que la mayor parte de tu vida te dedicaste a ello y ahora no me extraña que te den ganas de volver y hacer todo lo contrario.
Es verdad que tu carrera profesional, dirigiendo el bufete, te hizo ver tantas situaciones anómalas después de que la persona fallecida no dejase los asuntos bien arreglados, que es normal que quisieras que no le ocurriera a tu familia.
Recuerdas a la condesa de Ribatejada, que dejó todos los bienes a su hija como heredera universal y una vez fallecida, los quebraderos de cabeza que te dieron los herederos porque no estaban de acuerdo con la herencia. Aún me sale una sonrisa cuando escuché a su hermano, el conde, decirte que quería hacer una impugnación porque a él le correspondía la «legítima» y no estaba por la labor de dejarlo todo en manos de la hija «bastarda» como él la llamaba.
O al presidente de Reaseguros Forte que también tenía testamento, pero sus herederos, aunque aceptaron la herencia, no quisieron realizar la partición de los bienes. El día que vino el hijo mayor, con su porte tan digno, queriendo decirte que no estaba de acuerdo y lo que le costó hacerlo por su tartamudez; me dio un ataque de risa que a duras penas pude contener.
Claro, claro, que te entiendo y te doy la razón de que lo normal es dejarlo todo bien hecho. Pero sabes que en la vida no siempre sale lo que uno quiere, aunque ya sé que en tu mundo cuadriculado, eso no tenía cabida. Eras así de rígido para todo, tu mente impenetrable no admitía discrepancias ni cambios. A las nueve de la mañana, el desayuno, a la una de la tarde, el vermouth y a las 9 de la noche, la cena, estuvieses donde estuvieses. Hasta que llegó Fernanda a tu vida. Ella la cambió por completo poniéndola del revés.
Una de las múltiples noches que me quedaba hasta tarde en el despacho, descubrí una carpeta diferente a las demás encima de tu mesa. La curiosidad me llevó a abrirla y dentro estaba, entre otros documentos, tu testamento. Comencé a ojearlo viendo cómo distribuías tu herencia a partes iguales y en perfecto orden, pero llegando al final me sorprendió ver el nombre de ella entre los favorecidos. Le dejabas la casa de Oslo a tu amante, una casa maravillosa a esa mujer que no tenía el más mínimo pudor en demostrar que solo le importaba tu dinero. Y no solo la casa. A continuación, figuraba el detalle de las joyas que también le dejabas y que se encontraban en la caja fuerte a buen recaudo. En ese momento entendí el porqué de tu celosa custodia de esa caja fuerte, no dejando que nadie, ni siquiera yo, tuviera su combinación.
Al terminar de leer la última página del testamento, comprobé con amargura que me habías ignorado absolutamente, no figurando mi nombre ni en los agradecimientos. Yo, tu fiel soldado desde el inicio de tu profesión, ayudándote, favoreciendo tus relaciones profesionales con altos cargos y estando a tu lado siempre, en lo bueno y en lo malo, aguantando tus malos humores, tus manías de tener todo colocado de una determinada manera, siendo cómplice de tus infidelidades, custodiándote hasta el sueño. Incluso tu mujer nunca vio con buenos ojos la relación tan cercana que teníamos.
No pude soportar que dejaras parte de tu herencia a una advenediza. En vista de lo cual, decidí ponerme «manos a la obra».

Estar a tu lado toda la vida ha hecho que aprendiese mucho y bien, pero también aprendí mucho y bien esa parte de malas prácticas que existen en los bufetes.
Al ser tu persona de confianza en los asuntos legales, me nombraste «contador partidor» de tu herencia, y eso hice, conté y partí tus bienes, pero a mi manera. Tengo que confesarte que tuve ayuda. D. Fulgencio Orostre, recuerdas, nuestro notario de cabecera, hizo su parte bajo una sustanciosa cantidad de dinero. Y ya ves que, a día de hoy, tus herederos están en litigio permanente y tu amada Fernanda no ha conseguido tener nada.
Estarás también desesperado viendo cómo la cuenta que tenías en Suiza, a través de la cual dabas comisiones a tus testaferros, ahora mismo la está investigando la Agencia Tributaria y nadie puede disponer de los fondos.
Se me olvidaba decirte que hice bueno el refrán de «el que parte y reparte se queda con la mejor parte». Te lo estoy contado desde la suite de un barco de lujo, mirando al horizonte, que me lleva a dar una vuelta por el mundo.
En tu mente cuadriculada, creías que lo dejabas todo atado y bien atado pero yo me he encargado de desatarlo y lanzarlo por los aires.

Frase provervial: «La venganza es un plato que se sirve frío».

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Autor: marylia4

Madrileña, aficionada a escribir, socialista, cinéfila, amante de la música, cocinitas, inquieta, decidida, curiosa por la vida..... y otros cuentos.

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