
Esa tarde, al abrir mi correo, el mensaje de un desconocido estaba en la bandeja de Es impresionante como extraños te pueden subir el ánimo.entrada. Estuve a punto de eliminarlo como SPAM, pero la curiosidad me llevó a abrirlo y leerlo.
–Hola, cómo me gustaría conocerte más de cerca, cada día me pareces más guapa.
Podíamos quedar para tomar algo y charlar. Déjame darte un beso.
No podía creer lo que estaba leyendo. Alguien me quería conocer y le parecía guapa. En principio, lo tomé a broma, pero tengo que confesar que en el fondo me dio alegría saber que había alguien por ahí que se fijaba en mí.
Después de la sorpresa que me causó leer el correo, decidí no contestar y dejarlo pasar. Esa noche, antes de dormirme, no pude evitar que mis pensamientos fueran al mensaje del desconocido y empecé a imaginar quién podría ser. Quizás, algún compañero de trabajo, o quizás tengamos amigos en común y a través de ellos, nos habíamos conocido o coincidido en alguna reunión. Así, pensando en ello, me quedé dormida.
A la mañana siguiente, la rutina. Preparar desayunos, organizar y salir con la hora pegada para la oficina.
Mi vida, hace mucho tiempo que se ha convertido en una rutina. Un matrimonio de más de 20 años, una edad en la que ya comenzaba a ser «invisible», comidas, cenas, lavadoras, un «hola, qué tal en la oficina» y un «hasta mañana, cariño», con dos besos, uno de buenos días y otro de buenas noches.
Cuando llegué a la oficina, al cruzarme con los compañeros, me vino a la mente el desconocido. «¿será alguno de ellos?», me pregunté. Y los miraba un poco recelosa, pensando que él me podría estar contemplando sin yo saber quién era. El volumen de trabajo, reuniones, llamadas de teléfono, hicieron que mi mente se ocupase de esas prioridades y dejase a un lado al personaje misterioso.
Al finalizar la jornada, en la soledad del coche, parada en el atasco diario de la carretera, comencé, de nuevo, a pensar en ese correo que de alguna manera había traído algo diferente a mi rutinaria vida y tomé la determinación de contestar. Sí, voy a contestar al correo del desconocido.
Cuando llegué a casa, me senté delante del ordenador, abrí el correo, y le di a responder con un escueto «Perdona, pero, ¿nos conocemos?»
A la mañana siguiente, cuando desperté, mis pensamientos fueron directos a querer ver el correo para saber si tenía respuesta. Hice un esfuerzo en no ir a comprobarlo y me fui directa al trabajo. Hasta ese momento, miraba sin ver detenidamente a las personas que tenía cerca. Sin embargo, ahora, las observaba, miraba sus rostros, su sonrisas, la manera de dirigirse a mí, pensando si alguna de ellas sería quien me escribe.
Durante toda la jornada, hice un gran esfuerzo para no meterme en mi cuenta personal y ver si había tenido respuesta. Al entrar en casa, dejé en la entrada el bolso, la cartera, me quité los zapatos y fui precipitadamente al ordenador, diciéndome a mí misma, por si no tenía respuesta, que quizás fuese lo mejor y así se zanjaba el tema. Encendí el ordenador, deseando que se cargase rápido mi cuenta de correo. Esa tarde no estaba por la labor de hacerlo. Tuve que apagar y reiniciar. Eso de la «ley de murphy» que bien funciona a veces. Por fin, conseguí abrirlo y entre los correos que tenía pendientes de leer, estaba el del desconocido. Me dio un vuelco el corazón cuando lo vi. Me había escrito a las 7,00 h de la mañana y decía:
«Buenos días, yo te tengo cerca, aquí, en el trabajo y no es por ofenderte ni molestarte, solo que me pareces encantadora a la vez que una mujer guapísima y me gustaría hablar contigo y tomar algo. Puede que estés casada, pero eso no significa tener unos amigos con los que salir de vez en cuando. Que tengas un buen día. Besos»
Según iba leyendo, me iba quedando estupefacta. Así que estaba cerca de mí, en el trabajo, es decir, que trabajábamos en el mismo sitio. Como una autómata, miré el resto de correos y cerré el ordenador. Esa noche, fue especialmente silenciosa en mi casa. No tuve que hacer demasiado esfuerzo, ya que mi marido tampoco era demasiado comunicativo y siempre era yo la que propiciaba la conversación.
Al día siguiente, cuando llegué al trabajo, debía de tener un aspecto o una mirada diferente, porque mi compañera, al verme, me preguntó:
—¿Estás bien? te noto rara, ¿quieres que hablemos?
En ese momento, sentí que tenía que contarle a alguien lo que me estaba pasando y Ana, era la persona indicada. Buena compañera y amiga, discreta y siempre con un buen consejo que dar.
-Sí, tengo algo que contarte. Le confesé.
En ese mismo momento le conté todo. Ella, abriendo mucho sus grandes ojos, me lanzó
—Tienes un admirador secreto, amiga.
Se rió y me dijo que le alegraba la noticia porque veía en mí una mirada chispeante y una sonrisa perenne en mi cara.
En los ratos en los que teníamos algún momento para charlar, nos dedicamos las dos a especular sobre quién podría ser ese desconocido que tanto interés mostraba por mí.
—Has pensado que pueda ser el de la primera planta. El de Contabilidad, siempre te mira mucho, me decía riéndose.
—O Antonio, el de Compras, que tanto habla de ti y te gasta muchas bromas.
Así, pasamos la jornada. Para mí, contarle a Ana lo que me estaba pasando fue como una liberación. Fue muy importante tener a alguien con quien poder hablar sinceramente de toda esta vorágine que llegaba a mi vida.
Esa tarde, cuando salí del trabajo, volvieron las dudas. Me pregunté si lo mejor sería no contestar más y dejarlo pasar. Es verdad que la protagonista de mi vida era la rutina, pero me daba vértigo salir de mi «zona de confort» arriesgándome a entrar en una aventura que no controlaba. Según terminaba de hacerme esa pregunta, la respuesta salía por sí sola. «Contesta y arriésgate», me decía a mí misma. Recordé la cita de Paulo Cohelo sobre la rutina: «Si piensas que la aventura es peligrosa, prueba la rutina. Es mortal.»
Cuando llegué a casa, eso hice, y mi respuesta fue la siguiente:
«Me parece que te has equivocado de persona. ¿Dónde trabajas tú?
Saludos.»
Al día siguiente, tenía, de nuevo, un mensaje escrito a las 7,00 horas
«Buenos días, no, no me equivoco de persona, yo trabajo en la misma empresa que tú y me gustaría verte fuera del trabajo, pero si no lo deseas, siento haberte molestado, y si cambias de idea solo tienes que decirme. Un beso y que sigas igual de guapa.»
Este nuevo correo contribuyó a un mayor desasosiego, pensando que él estuviese cerca de mí todo el día, observándome, incluso hablándome y yo, en clara desventaja, no sabiendo quién es.
Mi respuesta inmediata:
«No me molestas, pero me gustaría que me aclarases ciertos aspectos. Si trabajamos en el mismo sitio, salúdame y dímelo en persona. Y mi correo, ¿ cómo lo has averiguado? ¿Cómo te llamas en realidad?
Saludos,
Su contestación:
«Hola, Marylia, ¿qué como sé tu correo? Cuando recibimos mails de unos a otros, ahí vienen los correos y perdona que no te salude y hable contigo, no sé, me da «repelus» pensar que me puedas decir algo, así que como para decirte que me gustas en persona y que me gustaría tomar algo contigo. Los dos tenemos pareja y es complicado.
Pero sí te puedo decir que me encantaría rodearte entre mis brazos.
Te pido mil disculpas, pero eres preciosa,
un saludo y que tengas buen día, besos de David»
Cuando leí este último correo, me quedé todavía más desconcertada. Él sabía mi nombre y yo no conocía a nadie que se llamase «David» y que estuviese en mi entorno laboral. Es verdad que la empresa donde trabajaba tenía muchos empleados y no podía conocer a todos directamente. Comprobé que él sabía más de mí de lo que yo pudiera imaginar. Y en este último correo afirmaba claramente que yo tenía pareja, cosa que en el inicio de este virtual intercambio epistolar, lo ponía en duda. Una cosa estaba clara. Por sus correos, veía que no tenía demasiado interés en darse a conocer.
Con mi contestación a este último mensaje quería que él empezase a dar alguna pista de su identidad. Esto se estaba convirtiendo en un juego de acertijos que no sabía cómo podía terminar.
«Hola, David. ¿Es éste tu verdadero nombre? Así que te da «repelús» hablar conmigo en persona. El paso lo has dado tú. Se va cerrando el círculo porque mi correo en el trabajo solo lo saben 2 personas. Y escriben con copia oculta, por lo que mi correo no sale. Uuiiiiisssssss, que la que te va a saludar personalmente voy a ser yo. jejejjee. A ver, desvélame más cosas.
¿Departamento, edad? Madrugas mucho para escribirme. Chaitosss
Su respuesta:
Hola, como se nota el departamento en el que trabajas, lo tuyo es hacer preguntas.
Pues empieza a averiguar por qué tus contactos mandan tan mal los e-mails.
De todas formas no hacía falta tanta pregunta. Siento haberte molestado ,si te apetece tomar algo o irnos por ahí solo tienes que decirlo.
Por cierto, tengo 51 años.
un beso grande y sigue indagando.
Mi trabajo estaba en el departamento de Comunicación, con lo cual él sabía perfectamente cuál era mi puesto en la empresa. En este último correo me informaba de su edad. Algo poco creíble. Siempre pensé que se trataba de una persona joven, por cómo se desenvolvía en los correos. Mi desconcierto iba en aumento. Ana, mi compañera y confidente, la única que leía los correos y a la que contaba mis dudas, mis pensamientos, me decía que tenía la sensación de que todo podía ser un juego por parte de él, sin querer ir más allá.
Mientras todo esto estaba ocurriendo, en casa iba notando un cambio en el comportamiento de mi marido. Más cariñoso, más pendiente de mí, incluso me llamaba por teléfono durante el día, algo que no sucedía desde hacía mucho tiempo. Mostraba su preocupación porque, según él, yo estaba muy ausente. Qué gracia, pensaba yo, él también notaba el cambio que se estaba produciendo en mí. Fue gratificante comprobar que aún se preocupaba por mí y mis circunstancias. La noches ya no eran tan silenciosas, incluso, alguna que otra me traía un ramo de flores, o entradas para ir juntos al teatro.
La última frase con la que terminaba el último correo del desconocido «sigue indagando….» me dio qué pensar durante los días siguientes. Cada vez estaba más convencida de que la sensación que me había transmitido Ana era la realidad, que todo era un juego por su parte. Entonces, decidí que lo mejor era dejar de indagar y no contestarle……
Durante los días siguientes, en la bandeja de entrada no volvió a figurar ningún correo de ningún desconocido. Quince días después, en mi empresa, tuvimos reestructuración de personal para optimizar recursos, según nos informaron desde la dirección, por lo que hubo traslado de personal a otras delegaciones. Seguía sin recibir ningún correo desconocido.
Un mes después, por la noche, en la bandeja de entrada de mi correo, había un mensaje del desconocido:
«Solo saludarte y desearte que seas feliz. Ya no estoy cerca de ti.
Un beso muy grande donde más te guste». David
Es impresionante como extraños te pueden subir el ánimo.
8 diciembre, 2019 en 10:37 am
Muy chulo el relato!
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