En estos días en los que tanto se habla de Igualdad de Trato y No Discriminación y se están llevando a cabo muchas acciones para llegar a la igualdad real, me lleva a hacer una reflexión sobre ello.
La igualdad de trato y no discriminación comienza por el lenguaje. La importancia del lenguaje como vía de expresión, es vital a la hora de relacionarnos y trasladar nuestros pensamientos. El respeto hacia los demás por medio de las palabras, es un derecho que todos y todas tenemos y debemos exigir de acuerdo con nuestra dignidad como personas, pero también es una obligación, ya que debemos actuar con los demás de la misma forma, independientemente de nuestras posiciones.
Gracias a los colectivos progresistas, plataformas Trans, LGTBI que llevan años luchando por favorecer un lenguaje inclusivo, no discriminatorio, hemos conseguido avanzar en el rechazo a palabras ofensivas que tienen componentes racistas, homófobos, machistas, como «maricón, sudaca, tortillera, bollera etc.», pero todavía nos queda mucho por hacer.
El colectivo feminista es uno de los que más está luchando para favorecer un lenguaje inclusivo, no discriminatorio. De ahí que me cause asombro que este colectivo tan concernido con el uso adecuado de las palabras, hable tan ligeramente de «vientres de alquiler», «alquiler de úteros», o «no somos vasijas», cuando se refieren a la gestación o maternidad subrogada, o gestación por sustitución. De la misma manera, me sorprende que se utilice, por parte del mismo colectivo, la palabra «feminazi» recíprocamente cuando se está en posición contraria.
Todas las feministas pensamos que hay verdades y situaciones incuestionables para el feminismo, pero no siempre todas estamos de acuerdo en cuáles son las incuestionables. Es entonces cuando surge el enfrentamiento y las posturas se vuelven radicales, llegando por medio del lenguaje a discriminar, utilizando violencia verbal, a las que no están de acuerdo con las otras «verdades». Sobre todo cuando esas «verdades» no pueden ponerse en duda porque no hay posibilidad de diálogo. Es en este caso cuando terminan estando más al servicio del adoctrinamiento que al servicio de la libertad. Como dice la filósofa Ana de Miguel «no se pueden reclamar «verdades feministas» para cerrar el diálogo».
Por ello, esas «verdades» que buscamos todas, deben de formar parte del diálogo, del debate y pueden ser discutidas y rebatidas, sin que por ello, tengamos que utilizar el lenguaje discriminatorio y ofensivo hacia nosotras mismas cuando no sostenemos las mismas posiciones.
Como decía Voltaire: «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo».
Por otra parte, tampoco podemos tolerar que niños y niñas que hayan nacido por un proceso diferente al tradicional, se sientan en desigualdad de trato al escuchar un lenguaje ofensivo hacia ellos o sus familias. Frases como «¿Eres alquilado? o ¿qué eres, de vientre?», derivadas del lenguaje discriminatorio al que están sometidas sus madres, ya se están dando en colegios donde van estos niños. Niños y niñas que se pueden sentir segregados por razón de nacimiento. Asimismo, niños y niñas, adoptados y sobre todo si vienen de otros países y son de otras razas, también se sienten discriminados por el lenguaje con términos como «vete a tu puto país», «china, pásame el boli» o «chocolate».
La Constitución Española lo deja bien claro en su artículo 14: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento…..»
Las mujeres, que tanto sufrimos el lenguaje discriminatorio, incluido el DRAE, con acepciones tan machistas como la definición de «muslamen»: «Muslos de una persona, especialmente los de mujer», debemos empezar por nosotras mismas a contribuir para que este lenguaje cambie, llevando a la práctica el lenguaje inclusivo y no discriminatorio en todas las facetas de nuestra convivencia, y respetando, también con el lenguaje, los posicionamientos de cada una aunque no sean coincidentes.

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