Después de unos meses en los que solo podía sentir dolor, en los que era una autómata realizando las labores diarias y en los que, por momentos, quería transformarme en «algo» en vez de ser alguien para no tener que sentir dentro de mí ese dolor tan intenso que se hace físico y ese vacío en el que te vas hundiendo y del que parece que nunca vas a salir, he vuelto a sonreír y comprobar que, a pesar de las pruebas tan difíciles que te pone la vida, merece la pena.

Cuando muere alguien querido, también se va algo de nosotros y solo el tiempo, el cariño, el estar ahí de los que tenemos cerca, hace posible la recuperación.

Hacía tiempo que no me sentía tan bien como el sábado 28 de mayo de 2017. Fecha que quedará grabada dentro de mí para siempre.

El día 23 de mayo cumplí años y lo celebré en familia. Ese día fue un día de contrastes, dentro de mí. Feliz por estar con los míos demostrándome una vez más su cariño, pero, a la vez, triste porque era la primera vez que mi madre no iba a estar presente.

Pero no terminó ahí el cumpleaños. Me tenían guardada una gran sorpresa que se materializó el sábado 28.

Un fiesta sorpresa con la familia y los amigos. Me decía una de las amigas: «Nunca olvidaré la cara que se te quedó cuando entraste y nos viste a todos», hermano, cuñadas, grandes amigos que no había vuelto a ver desde el día más triste en mucho tiempo, el día de la muerte de mi madre. Y allí estaban de nuevo para ayudarme a sonreír.

Y todo esto ha sucedido gracias a mi familia. Mis hijos, han sido los artífices de que vuelva a recuperar la alegría. Siempre han estado cerca de mí, tratando de hacerme más fácil el día a día después de pasar por una situación tan dura y dolorosa.
Ha sido una fiesta emotiva, en la que los sentimientos han estado a flor de piel, divertida y original con muchos regalos que agradezco infinito. El trabajo y el esfuerzo de mis hijos para que todo saliera bien ha sido impagable y nunca lo agradeceré lo suficiente.

Solo me queda por decir, G R A C I A S.  Os quiero mucho a tod@s